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23 de agosto de 2015

LA TERCERA GENERACIÓN

Foto ADN
Creo que estamos presenciando lo que se podría considerar ya la tercera generación de surfistas de nuestras costas. La forman, quizás, todos esos niños que aprenden en las numerosas escuelas que están instaladas en nuestras playas.
Ahora que estamos hablando con frecuencia de pioneros y otras antigüedades, contaré una pequeña anécdota relacionada con ese tema que me sucedió no hace mucho, una simple conversación de apenas veinte palabras, pero que me dio mucho que pensar.
Una de estas calurosas tardes, poco antes de que entrara la que ha sido la primera ciclogénesis de un invierno que, sin embargo, aun está muy lejos (a Dios gracias), fui a darme a última hora de la tarde uno de esos baños en Doniños en lo que lo primordial es la comunión con la naturaleza, es decir, con esa puesta de sol de tintes dorados traspasando las cristalinas crestas del oleaje y que nos produce alguno de esos placeres tan auténticos que encierra el surf.
Para alejarme de las multitudes, y sobre todo por no atravesar el arenal sorteando sombrillas,  hamacas y partidas de fútbol y de palas, bajé por el más tranquilo sendero central y entré al agua sin pensármelo mucho, ya que la marea alta y el poco tamaño apenas dejaban unas malas orilleras, de medio metro escaso.
Pero ya sabemos que a veces uno entra al agua no tanto por las olas, como por otras razones.
En el pico, poca gente, apenas diez surfistas de los que la mayoría simplemente trataban de aprender.
Entre ellos, un chiquillo de unos doce o trece años disfrutaba cogiendo cuanta ola venía, con una tabla de escuela que le daba la posibilidad de correrlas aunque midiesen treinta centímetros. En bermudas y abrigado -por decir algo- con una camiseta, no parecía importarle la temperatura del agua y Dios sabe cuanto tiempo llevaba surfeando esa tarde.
No le había prestado mucha atención hasta que remó hasta donde yo estaba y me hizo una pregunta: “¿Eres tú el que está pintado en la tabla?”. De pronto me di cuenta de que se refería al dibujo de mi rostro, en el reverso de la tabla. Un detalle gracioso por parte de los que me la regalaron, el día de mi despedida del que fue mi medio de vida durante muchos años. “Sí soy yo” le contesté con una sonrisa sincera, porque su curiosidad me resultó simpática. “A mí ya me parecía, ja, ja, sobre todo por el bigote”, me contestó risueño el chaval. Luego me planteó otra cuestión que despertó aun más mi interés por aquel chico. “¿Verdad que los viejos pueden hacer surf?; porque a mi me dijeron que no pueden, pero yo supongo que no es cierto, ¿tú que crees?”. Con una sonrisa amplia en los labios -como no podía ser de otra manera- le contesté con rotundidad: “Por supuesto que sí, claro que pueden” Y entonces vino una nueva pregunta:”¿Cuántos años llevas tú haciendo surf?” Mi sonrisa fue entonces una carcajada y sin responder a su curiosidad le interrogué yo a mi vez “¿Y tú cuantos llevas?” “Tres años” me respondió sin dudar.
Yo medité unos segundos si confesarle los 45 años que llevo surcando las olas, pero ante la posibilidad de que no me creyese, o de que fuera incapaz de abarcar la dimensión de semejante cantidad de años, decidí no contestarle nada.
Además, justo entonces vino una nueva ola, y el chaval determinó -educadamente- que mi ausencia de contestación zanjaba la charla por alguna razón de esas que solo los adultos conocen, y esgrimen para no contestar a indiscretas curiosidades infantiles, y se guardó su posible interés por mi experiencia en el surf.
Por eso, unos segundos después él ya gozaba de una pequeña cresta que acababa de llegar y que decidió no perderse, mientras seguramente pensaba que aquello del surf, que tanto disfrute le estaba proporcionando, le iba a durar toda una larga existencia sin que tuviese que ponerle límites temporales a un futuro de placer prácticamente inacabable.

2 comentarios:

  1. Hola Carlos!
    Me ha encantado...jeje No se, quizas suene raro o incluso ridiculo pero algo tienen las charlas en el agua, tengo la impresion que una vez dentro algo dejamos en tierra, es posible que nos volvamos mas amigables y abiertos, tengo muy buenos recuerdos de esas pequeñas tertulias en el liquido elemento.
    Saludos!

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    Respuestas
    1. La verdad es que a veces o charlas o coges olas, pero ciertamente estás compartiendo algo muy agradable y tiendes a comunicarte con la gente en las esperas. ¡El problema es que hay que cortar abruptamente cuando vienen las olas!

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