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2 de abril de 2014

La terrible, la tremenda, la tétrica, LA TREMOSA

                     
                       A todos esos adjetivos me suena ese nombre.
No puedo evitarlo, pero me sugiere una imagen demoníaca.
Foto Oti Fernández 
        Ante todo, gracias a los que habéis respetado el nombre que le pusieron aquellos que primero la desafiaron, los pescadores de Corme.

¿Qué decir?
Foto Jet Galicia
Ni en los peores sueños, ni en los momentos más febriles, me puedo imaginar semejante pesadilla. Caer en un agujero que se me antoja infinito, que conduce directamente al infierno. Un infierno hecho de agua gris verdoso pero definitiva y mortalmente oscura que, tras explotar como una gigantesca bomba, se convierte en otro infierno diferente, colosal, que quizás ni Dante hubiese imaginado, de blanca espuma que te envuelve, como si fueses un insecto, que te ahoga, te revuelve y te sumerge allá abajo, allá lejos, a lo más profundo, donde no puedes saber dónde es arriba, ni dónde abajo, lo que en un instante termina por desquiciarte, por hacerte perder la razón y los sentidos, salvo el que hace que percibas sutilmente como se te empieza a escapar, rápidamente, el delgado hálito de vida que ya sientes muy estrecho y muy frágil, tanto como para presentir que rondas, de forma inminente, el temido final.
Saboreas la muerte y piensas, ahí está la puerta, y si extiendes tu brazo quizás ya traspases el umbral solo con eso, y lo retiras con terror. Y no te atreves a abrir los ojos por miedo a no ver nada más que la oscuridad total que te rodea, e intentas engañarte huyendo de la realidad de que te has hundido en un agujero tan profundo, que ni la luz puede llegar. Y por eso te fías más del sentido de la supervivencia, que te atrae a la superficie, y te das cuenta de que más tarde o más temprano la ola terrible se compadecerá y te devolverá a tu mundo, el del oxígeno vivificador en los pulmones, y llegarás a disfrutar con placer de esa bocanada de aire fresco que sabe a paraíso.
Porque después del momento aterrador de la caída, del zarandeo espantoso, de un bíblico descenso a los infiernos que se hace eterno, y cuando ya sientes que de allí no saldrás jamás, de pronto, notas que recobras el dominio de tu cuerpo y que empiezas a ascender, aunque con una lentitud angustiosa, hacia esa vida que te has dejado allá arriba, tan cerca, pero que se te antoja muy lejos, tremendamente lejos.

CON ADMIRACIÓN Y RESPETO A LOS HÉROES DE A TREMOSA

Fotos de Oti Fernández y Jet Galicia

2 comentarios:

  1. Que tal Carlos!
    Has logrado que por momentos sintiese que ma faltaba el aire, lo digo por lo estupendamente que lo has expresado. Siempre pienso en la rapidez sobrehumana con la que se debe de actuar y tomar decisiones en esas circunstancias.
    Saludos!

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    Respuestas
    1. Cuando uno ha pasado por situaciones parecidas, no se le olvida jamás. Cuando el invento de la tabla que has soltado ante una ola grande, tira de tí y, después de sacarte a la superficie, te hunde al fondo, tocas incluso la arena, y luego te quedas como paralizado allá abajo, y comienzas a subir sin saber exactamente la profundidad a la que estás, y miras hacia arriba pero no ves más que oscuridad porque la espuma te tapa la luz, y tratas de ascender deprisa porque el aire ya te falta, pero no llegas, y crees que ya vas a sacar la cabeza y resulta que aún no, hasta que ¡al fin!, lo logras y aspiras el aire puro, y te duelen los pulmones del esfuerzo, entonces es que le has visto las orejas al lobo.
      La única cosa que he logrado aprender para sobrellevar esas situaciones es que hay quedarse muy tranquilo y pensar que, para ahogarse, hay que estar mucho más tiempo bajo el agua.
      Un abrazo, Fran.

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