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25 de abril de 2014

NORDKAPP.12 - 3ª parte


Francesco Negri, que con gran esfuerzo viajó hasta el Cabo Norte en el XVII, para saciar su curiosidad por la vida en las tierras del norte de Europa, la misma que nos llevó a nosotros. Pero él no tuvo espléndidas carreteras ni ferrys a su disposición.

             Otro personaje famoso en la historia de este hito geográfico fue, curiosamente, un sacerdote italiano llamado Francesco Negri. Movido por una insaciable curiosidad de cómo sería la vida en latitudes tan inhóspitas para el ser humano, no dudó en lanzarse a la aventura de recorrer por tierra -en el siglo XVII- la enorme distancia que en el espacio, el tiempo, las costumbres y la forma de vida separaba Ravena, su ciudad natal, del Cabo Norte. Su espíritu viajero es perfectamente representativo del que tienen todos los turistas que actualmente llegan hasta el Nord Cape. El fue, sin duda, el primer turista del Cabo Norte.
                  Nació en 1624 pero tenía ya cuarenta años cuando decidió partir hacia el duro y desconocido Norte.
                  La curiosidad de cómo se desarrollaba la vida en condiciones tan difíciles, la larga noche invernal o el sol brillando constantemente durante el verano, el observar cómo se adaptaba el ser humano a convivir con las bajísimas temperaturas de estas tierras, todo ello suscitaba esa curiosidad que además, hasta el momento, ningún viajero había logrado satisfacer anteriormente.
                  Emprendió pues un largo camino que le llevó hasta Tornedalen, en el norte de Suecia, tratando de llegar a la costa del Finnmark por el interior de Laponia, aunque tuvo que desistir de su propósito de seguir esta ruta terrestre. Volvió a Estocolmo, en dónde por cierto participó en el rescate de algunos restos del naufragio del Vasa.
                  Al año siguiente viajó hasta Copenhague, después a Bergen y Trondheim, llegando a Ostrat en el otoño de 1664 en donde conoció a un personaje local que había estudiado en Italia en su juventud. Este trató de persuadirle de que pasase el ya muy próximo invierno en su casa, pero Negri decidió continuar su viaje. Estaba decidido a vivir un invierno en el Norte y renunció a la cómoda posibilidad que se le ofrecía, para satisfacer su inquietud viajera.
                 Así, utilizando el caballo y el barco como medios de transporte (realmente los únicos de la época) fue atravesando toda la costa occidental de Noruega, progresando en su ruta hacia el frío. En sus escritos nos describe lo que él iba viendo, pero quizás hubiera resultado más interesante saber que es lo que él mismo sentía, cuál era su estado de ánimo ante la soledad y el frío, compañeros constantes en su viaje. Iba siendo bien acogido por donde pasaba, pero si pensamos en las distancias y las dificultades que aun hoy en día tiene que sufrir el viajero en este recorrido, desde el Sur al Norte de Noruega, da escalofríos pensar en como lo hizo este italiano, en plena estación invernal y viajando completamente solo...
                 Pasarían sin duda muchas jornadas en las que no divisó ser humano alguno, lo cual da mucho tiempo para meditar, evidentemente.
                 Negri estaba no obstante bien preparado para resistir este viaje. Cuidaba su vestimenta, su alimentación y, en general, trataba de mantenerse en buen estado físico. A la escasa comunicación que podía encontrar había que añadir la dificultad obvia del idioma tan extraño para él que hablaban aquellas gentes (todavía no sabían inglés los noruegos...). Por eso sintió una enorme alegría cuando se encontró, ya casi llegando al Cabo Norte, en el pueblo pesquero de Kjelvik,  en la isla Mageróya, a un presbítero que hablaba latín, con el que pudo conversar largo y tendido.
                También hay que mencionar el hecho de que prudentemente solía ocultar su calidad de sacerdote católico, ya que en aquellos años la Reforma Protestante estaba en pleno vigor en aquellas regiones escandinavas, por lo que ya solamente por eso arriesgaba su vida.
                 "Estoy ahora en el Cabo Norte, sobre la costa exterior del Finnmark, y, podría decir, sobre el techo del mundo. Las regiones más al norte no están habitadas. Mi curiosidad está satisfecha, y deseo retornar a Dinamarca y, si  Dios lo quiere, a mi país."
                  Son palabras extraídas de su libro "Viaje Septentrional", y son el testimonio más antiguo de la alegría y satisfacción que, posteriormente, muchos han experimentado en su visita a la frontera más septentrional de Europa.
                  Vuelto a Italia, trabajó durante años en su libro, que fue editado dos años después de su muerte, en 1700. A la edad de sesenta años, sintió de nuevo la inquietud de volver al Norte, para lo que pidió una ayuda financiera al archiduque de Toscana, que sin embargo se la denegó, frustrando sus nostálgicos deseos de repetir su gran viaje...

El heredero de la corona de Francia, Louis-Philippe d'Orleans, otro viajero famoso. A los 22 años viajó de incógnito al Cabo Norte. Dos años antes su padre, Luis XVI, había sido decapitado durante la Revolución francesa. 

Louis-Philippe desembarca en las cercanías del Cabo Norte.




Leif Eriksson descubre Vinlandia en el año 1000. Los vikingos han sido también un pueblo viajero, con navegantes enormemente valientes, capaces desafiar los peligros que entrañaba la navegación en mares tempestuosos y desconocidos.


21 de abril de 2014

NORDKAPP.12 - 2ª PARTE

NORDKAPP.12 - 2ª PARTE

Mapa sacado del Atlas de Abraham Ortelius, de 1570. El Cabo Norte aun no figura en esta carta. En ella vemos como ya se contemplaba la tentadora posibilidad de navegar hasta China por la ruta del Norte, aunque el hielo, finalmente, fue el impedimento insalvable con el que se encontraron los navegantes exploradores ingleses.
          A mediados del siglo dieciséis España y Portugal iban en cabeza de la conquista de nuevos territorios y de nuevas vías de comercio marítimo. Los ingleses, que deseaban entrar en este juego, organizaron en 1553 una expedición muy importante y decisiva para sus aspiraciones. Se trataba de alcanzar las Indias y sus legendarias riquezas por una nueva e ingeniosa ruta, al par que alejada de sus poderosos adversarios en ese negocio. Consistía en probar la vía del Norte, bordeando Europa y las costas del Imperio ruso, hacia el Este, hasta llegar a los mares de la China. La idea no era mala, pero pronto surgiría una terrible dificultad: el hielo.
          Al mando de esta expedición, compuesta de tres navíos, el "Bona Esperanza", el "Bona Confidentia" y el "Edward Bonaventure" iba Sir Hugh Willoughby, que portaba una carta de Eduardo VI dirigida a "los reyes, príncipes y otros monarcas de los países del nordeste del mundo hasta la China", en la que se otorgaban poderes para establecer acuerdos comerciales.

El navío del grabado, el "Mary Rose", puede servir de ejemplo del tipo de barcos que los ingleses utilizaron en la exploración del Paso del Nordeste hacia China 

          Los navíos, que partieron de Londres a mediados de mayo, iban equipados adecuadamente para la navegación ártica. La primera parte del viaje discurría por rutas bien conocidas de los ingleses, ya que éstos, desde la Edad Media, habían comerciado por estas costas llegando incluso hasta el Finnmark. LLegados a las Islas Lofoten, a 68 grados latitud norte, descansaron en la pequeña isla de Rost. Navegaron a continuación hacia la isla de Senja, situada un poco más al norte, en donde contrataron a un experto piloto que les habría de guiar hasta Vardo, puerto en el mar de Barents.
          Durante la travesía se levantó una gran tempestad del Nordeste que, a pesar de los esfuerzos de las respectivas tripulaciones, terminó separando a los tres barcos. Sus capitanes habían quedado previamente de acuerdo en que, si se producía una separación por cualquier causa, el punto de reunión sería el citado puerto de Vardo. Sin embargo, únicamente arrivó a este sitio el "Edward Bonaventure", al mando del cual estaba Richard Cancellor.
         Tanto el "Bona Esperanza" como el "Bona Confidencia" continuaron su viaje navegando en unas durísimas condiciones de mar, hasta el punto de que su situación real era poco menos que desconocida para sus respectivos capitanes. Al fin, tras catorce días de accidentada navegación, avistaron tierra, unas desoladas e inhóspitas montañas que se elevaban en medio de la furia de las olas y el viento.
          Pero se trataba de las islas de Nueva Zembla, muy alejadas del continente y, por tanto, de la ruta a seguir, que debería haber sido a lo largo de la costa Noroeste y Norte de lo que hoy es Noruega. Habían navegado en dirección Este sin la referencia de la costa y pasaron de largo el punto de reunión convenido.
          Retornaron en dirección Suroeste, esta vez con algo más de tino, lo que demuestra que conocían bastante bien a pesar de todo en dónde se encontraban realmente. Atravesaron el Mar de Barents, pero dejando a estribor su destino, Vardo. Por fin, entraron en un fiordo que resultó ser el del actual puerto militar ruso de Murmansk. Desembarcaron en una desolada costa en la que parece ser que trataron de pasar el invierno que, finalizado el verano, se les echaba encima. Los intentos de estos ingleses de contactar con los posibles habitantes de aquella región fueron infructuosos. El diario personal de Willoughby, encontrado más tarde, tiene sus últimas anotaciones a finales de septiembre, aunque debieron de sobrevivir hasta el mes de Enero, ya que también se halló el testamento del noble inglés fechado en este mes de 1554.
          Sus restos fueron encontrados, meses más tarde, por pescadores rusos. En principio se creyó que su muerte había sido causada por el frío, aunque investigaciones más recientes indican la inhalación de monóxido de carbono como la causa verdadera del fallecimiento de las tripulaciones. En fin, es un misterio que posiblemente jamás se llegue a desentrañar. Cuarenta años más tarde, una expedición holandesa mandada por Willen Barents logró pasar un invierno en un lugar muy cerca de donde habían muerto los británicos.
          Por su parte, el "Eduard Bonaventure" y su tripulación habían esperado en vano durante una semana la llegada de sus compañeros. En Vardo encontraron algunos escoceses que les advirtieron de los peligros de continuar su viaje hacia el Este, en una época tan avanzada del año. Pero Richard Cancellor continuó su navegación llegando al Mar Blanco, hasta Nenocksa, cerca de la desembocadura del río Dvina. No fue por casualidad que estos navegantes lograran llegar tan lejos, ya que Cancellor, comandante y Stephen Borough, capitán, eran extremadamente competentes en su trabajo, habiendo perfeccionado algunos instrumentos de navegación inventados por ellos precisamente en este viaje.
Pero quizás el personaje de aquella aventura que más nos importe aquí fue el de William Borough, hermano de Stephen, que con tan solo dieciséis años se alistó como simple marinero a bordo del "Edward Bonaventure". Con el transcurso del tiempo llegó a ser un extraordinario cartógrafo y un experto en el tema de la declinación magnética de la brújula, sosteniendo la teoría de que los mapas de aquella época, al no tener en cuenta esta declinación, no eran correctos y contenían graves errores, para demostrar lo cual él cita la Carta de Mercator.

Esta carta de la costa norte de Noruega fue dibujada por el navegante inglés William Borough, excelente cartógrafo. En él aparece por vez primera señalado el Cabo Norte (North Cape)
           En 1.570 publicó un mapa del litoral noruego, de la costa Lapona y de la Bahía de San Nicolás, escenario de las navegaciones de la expedición inglesa en la que estuvo enrolado. Es en esta carta en dónde aparece señalada, por vez primera, la punta de tierra más septentrional de Europa que se interna en el Océano Glacial Ártico, con el nombre de "North Cape", aunque la denominación se atribuye a Richard Cancellor.
          Trabado contacto con subditos del Zar ruso Iván el Terrible, les ayudaron a prepararse para pasar en aquellas costas el invierno que ya comenzaba con toda su crudeza. No en vano recordemos que en esos años las condiciones invernales del hemisferio norte eran mucho más duras que en la actualidad, al atravesarse en ese siglo un período subglacial. Richard Cancellor con algunos miembros escogidos de su tripulación emprendieron un largo viaje en trineo hasta Moscú, para entrevistarse con el Zar ruso y materializar posibles acuerdos comerciales en nombre del monarca inglés que, por cierto, había fallecido durante la ausencia de los expedicionarios que, obviamente, no lo sabían.

El Zar ruso Iván el Terrible, cuyo apodo se debe a la increíble crueldad que demostró tener durante toda su vida. De él se relatan muchos hechos en los que su sadismo es difícilmente superable.
Otra imagen de Iván el Terrible
           En Moscú éstos se quedaron asombrados del lujo de la corte de Iván el Terrible. Cancellor describió todas sus notables experiencias del viaje por un Imperio que, en aquel entonces, era bastante desconocido del mundo occidental.
          Al final del verano de 1554 el "Edward Bonaventure" retornó a Inglaterra.
          Las interesantes experiencias vividas motivaron una nueva expedición que siguió el mismo camino al año siguiente. Sin embargo, a la vuelta de esta nueva aventura, una terrible tormenta envió al fondo del Mar del Norte a Cancellor, a su tripulación y su barco.
          Dado que durante esta segunda expedición habían sido encontrados los dos buques -aunque con sus tripulantes muertos-, el "Bona Confidencia" y el "Bona Esperanza", unas nuevas tripulaciones enviadas desde Inglaterra se hicieron cargo de ellos. Pero también desaparecieron a lo largo de la costa Noruega en su viaje de retorno.

18 de abril de 2014

NORDKAPP.12

Acuarela pintada por A.F.Skjoldbrand en 1799
Terminada la primera parte del relato del viaje en dirección norte, con nuestra llegada al objetivo, comienza la segunda parte del libro en la que se describe el no menos largo retorno a casa, ahora en dirección sur. 
Este capítulo 12, en el que hablo sobre el Cabo Norte, está dividido a su vez en tres partes. Una primera sobre datos geográficos y las leyendas, más o menos históricas, en las que se mencionan personajes míticos de esta remota región. La segunda, con mayor rigor histórico, sobre los exploradores ingleses que llegaron hasta aquí en el siglo XVI. Y una tercera en la que se relata en pocas líneas la aventura del más famoso de los exploradores que recorrieron a pié estas tierras, el italiano Francesco Negri. 
Luego, en los restantes capítulos, vendrá el relato del recorrido de vuelta, realizado sobre una ruta totalmente diferente y quizás incluso más sugestiva que la de ida. En esta ruta se atraviesa toda la península escandinava, esta vez por la costa atlántica y de norte a sur, por una carretera mucho más complicada que la que nosotros hicimos a la ida bordeando el Báltico. Después de visitar Oslo, saltamos a la que hasta solo unos meses antes todavía era la República Democrática Alemana, bastión en esos años del comunismo más ortodoxo y férreo, lo que pudimos percibir todavía en los días que empleamos en atravesar esta zona de la Alemania reunificada. Nueva parada en Berlín y paso a la Alemania del Oeste, Suiza y Francia y por fin, tras solo veintidós días de viaje, estamos de nuevo en España.
Además de las cosas interesantes que encontramos en el largo recorrido de Noruega (una semana), está la -para nosotros- sorprendente visión de la Alemania del Este, todavía poco modificada en agosto de 1991 por la nueva situación política. 




NORDKAPP.12
EL CABO NORTE - ASPECTOS CURIOSOS E HISTORIA

          Para que uno se pueda hacer una idea de la situación exacta del Cabo Norte, cuyo principal mérito es, precisamente, el de su ubicación y lo que representa desde el punto de vista geográfico, se pueden dar diversos datos.


Aquí se percibe muy bien qué significan los 71º grados norte
          El Cabo Norte dista tan solo 2.000 kilómetros en línea recta del Polo Norte. Es el punto más septentrional de Europa y por su latitud se halla situado más al norte que Alaska y el estrecho de Bering, casi a la misma altura que el centro de Groenlandia y más al norte que Islandia. En cuanto a lo que correspondería en el hemisferio Sur, baste decir que los 71 grados, ¡están ubicados en pleno continente antartico!.


Debajo de esas construcciones en superficie hay otras situadas bajo tierra a distintos niveles.

         El cabo propiamente dicho es una pequeña meseta que avanza sobre el océano, cortada a pico por un farallón vertical de trescientos metros de altura, lo que le da un aspecto imponente, en especial si se mira desde el nivel del mar.
         Este punto de la tierra resultó siempre atractivo para los viajeros, aunque obviamente ha sido en la época actual cuando se ha producido una apreciable corriente turística hacia él, por lo que los estamentos oficiales noruegos han potenciado este hecho con unas magnificas instalaciones y con el tratamiento publicitario adecuado para atraer a esa masa de visitantes que no reparan en lo lejos que está el Cabo Norte, para ir a visitarlo. Para hacernos una idea de esa lejanía baste decir que, aun siendo un enclave dentro del continente europeo, hay aproximadamente la misma distancia en línea recta desde el Nordkapp (denominación en Noruego) hasta Oslo, la capital de la nación, como desde Oslo hasta Nápoles. Por eso, cuando nuestro Mitsubishi Montero llegó a este punto, su cuentakilómetros registraba casi siete mil kilómetros desde que yo inicié el viaje en mi casa, en Balón, Ferrol, España.


Pinturas rupestres en Alta, al Oeste del Cabo Norte
          Hace diez mil años que el hombre se asentó en las costas de esta región noruega, conocida como el Finnmark. En Alta, ciudad enclavada un poco más al Oeste, se han encontrado grabados rupestres que describen la vida y trabajos de aquellos primeros pobladores, pudiéndose deducir de ellos de que ya estaban habituados a la navegación.


Estas pinturas rupestres de Alta demuestran que ya en la Edad de Piedra los hombres que poblaban los alrededores del Cabo Norte estaban acostumbrados a la navegación.
          En la isla Mageröya, en la que se encuentra el Cabo Norte, los arqueólogos han descubierto restos de habitaciones neolíticas, que datan de 4.000 años antes de Cristo.
          Es muy posible que el ser humano haya aprovechado períodos interglaciares para ascender tan al norte, a pesar de las pésimas condiciones de habitabilidad que debía ofrecer esta tierra. Por eso también han aparecido restos del paleolítico (varias decenas de miles de años) en zonas más al interior, mucho más frías e inhóspitas que las costeras. 
          Este accidente geográfico ha sido siempre un hito importante para los navegantes, gracias al cual han podido situarse y encontrar el rumbo, bien navegando hacia el Atlántico, bien en dirección Este, hacia el Mar Blanco.
          Los primeros testimonios escritos, acerca de la región del Cabo Norte, datan de la época de los navegantes Vikingos.
          Ottar, un rico terrateniente de la Noruega del Norte, relató al Rey Alfredo el Grande su viaje a la región de Biarmia, el Nordeste noruego. Él cuenta que vive en las tierras habitadas más al Norte de toda Noruega; que en una ocasión navegó en dirección Norte durante tres días, y hacia el Este durante otros cuatro días, antes de retornar hacia el Sur. Ésto significa que llegó al Mar Blanco. La copia de este relato se conserva en el Museo Británico.
          Las sagas vikingas no hacen mención expresa del Cabo Norte como accidente geográfico notable, pero relatan los viajes de estos navegantes a lo largo de las costas del Finnmark hasta la Biarmia.
          En la saga de San Olav se menciona a dos vikingos, Tore Hund y Karl, que partieron con dos barcos y al menos cien hombres para cambiar mercancías a orillas del mar Blanco. Sin embargo, estas nobles intenciones iniciales parece que no se mantuvieron demasiado tiempo ya que,llegados a esta región, se dedicaron al pillaje y al saqueo de oro y reliquias de los santuarios de los Biarmios. Karl tomó, entre otras cosas, una gran copa de plata.
          Durante el viaje de regreso, ambos jefes comenzaron a disputar sobre el reparto del botín y anclaron en Gjesvaer para arreglar sus diferencias. Fue allí en donde Tore Hund traspasó a Karl con su lanza, diciéndole: "Ahora tú vas a saber con qué madera se calienta un hombre de Bjarkoy, y también la vas a sentir". Karl murió al instante y Tore y sus hombres volvieron al barco. Así quedó escrito en la saga.


Dibujo sobre la Saga de San Olav, en el que luchan Tore Hund y Karl, dos vikingos que se dedicaban tanto al comercio como al pillaje.



(HASTA AQUÍ ESTA PRIMERA PARTE ACERCA DE LOS DATOS GEOGRÁFICOS Y LOS RELATOS MÁS ANTIGUOS SOBRE EL FINNMARK, EN LOS QUE SE MEZCLA SEGURAMENTE LA REALIDAD CON LA FANTASÍA.)

9 de abril de 2014

2ª PARTE DE "EL BOSQUE MILENARIO DE PONZOS"

He relatado en la primera parte mi sorpresa con la inesperada reaparición del “Bosque de Ponzos”. Dado que en días posteriores volví dos veces a visitar la playa, describo lo visto y sucedido en esos otros dos días por las interesantes conclusiones que se pueden sacar.  
Hay gran cantidad de fotos pero creo que este tema lo requiere.


Pero todavía no estaba cerrada la caja de las sorpresas. Cuando al día siguiente vuelvo al mismo sitio de la playa para hacer más fotos, me quedo literalmente clavado en la arena, ya que todo lo que había visto el día anterior, ¡ha desaparecido! (2ª sorpresa). Incrédulo, y pensando que estoy despistado respecto al sitio, camino más hacia adelante, vuelvo sobre mis pasos, voy hasta la orilla, subo a las dunas, oteo toda aquella zona con minuciosidad...pero nada. En la orilla localizo un tronco incrustado como los otros en el sedimento negro que, precisamente el día anterior, no había visto porque estaba cubierto por las olas, pero que me da la seguridad de que, al menos, no estoy equivocado respecto del sitio.
El segundo día, éste fue el único resto que pude encontrar

En esa zona era donde ayer aparecían los resto fotografiados en la 1ª parte
Normalmente esta playa está casi totalmente cubierta de arena.
El "bosque" ha desaparecido, ayer estaba ahí
Aquí se aprecia el tremendo corte que este invierno ha hecho el mar en las dunas
Por fin, la conclusión: la certeza de que, en una determinada pequeña zona de 20x20 metros tienen que estar los restos fotografiados hace 24 horas, pero allí solo hay un ligero amontonamiento de arena y rocas. Nada, desde luego, que hubiese hecho la mano del hombre. La única causa posible es por el efecto de avance de la arena hacia la playa seca, viniendo del mar y traída por la marea y las olas que, durante dos mareas altas, suavemente, acariciaron la playa. Es la primera vez que observo un efecto tan notable y visible, realizado en pocas horas, de la devolución de la arena a la playa después de un temporal. Por supuesto, nuevo baño de 45 minutos para disfrutar de las olas en soledad.
Dos días después vuelvo a la playa por tercera vez, con intención de surfear algunas olas, aunque el mar ha bajado todavía más, y a penas hay un cuarto de metro. Es decir, la voy a ver 48 horas después de comprobar como la arena había tapado prácticamente toda la zona del denominado “Bosque de Ponzos”.
Pero hoy me aguarda una nueva y gran sorpresa (3ª sorpresa) que supera las de los días anteriores. Ayer, además, ha salido una foto con la noticia en la prensa, y eso ha motivado que mucha gente haya venido hasta este arenal para ver esa extraña maravilla que representa un bosque primitivo de miles de años de antigüedad, mejor dicho, sus notables restos. Cuando llego a la playa observo que hay un grupo de personas que parecen mirar algo que hay en la arena, en donde parece que reposa el “Bosque de Ponzos”. Me acerco y veo que, asombrosamente, la arena que anteayer tapaba todo el “bosque” se ha vuelto al mar (supongo) y ha dejado al descubierto una extensión muy ampliada del mismo. Y no solo en extensión, sino también en profundidad.

El 3er. día la arena se ha ido y esto es lo que vuelve a aparecer.
Me causa una gran impresión el movimiento de arena que ha sucedido. Deduzco que normalmente esto será frecuente que pase, pero si unes el aparente volumen de arena que ha desaparecido en 48 horas al hecho de que, en el mar, estos días ha habido olas de menos de un metro, ¿qué sucederá durante los temporales?


Algunos de los tocones sobresalen de la arena sobre medio metro. Observo dos capas de sedimento muy diferenciadas por el color, una la negra que ya describí, y otra de gris claro de material arcilloso. Tan al descubierto están que ya ha comenzado una preocupante destrucción de esas capas por la acción de las olas, tal como se ve en las fotos. Y numerosos trozos de la capa negra y de los restos de madera se han desperdigado por la playa, hasta cien metros más al este. Todo ese material sería preferible que fuese recogido e intentar conservarlo, ya que, de otra forma, se desintegrará rápidamente en el medio natural.

Todo esto estaba tapado hace 48 horas.

Lo único que me consuela un poco, es que todo ello se debe a un proceso natural. La presencia del ser humano no ha influido para nada en esa pérdida. Y este pensamiento me lleva a otra idea. ¿Cómo es posible que, si durante 5.600 años ese material tan frágil ha estado ahí protegido por la capa de arena sin ser destruido por la fuerza del mar, ahora sin embargo ha aparecido en menos de cinco años dos veces? Porque a ese ritmo, en dos o tres “apariciones” todos esos vestigios serán borrados totalmente. ¿Quiere esto decir que en 5.600 años nunca o casi nunca este arenal ha revelado su secreto? ¿No sugiere este hecho una idea inquietante, la de que está sucediendo algo muy nuevo, muy diferente de lo que hasta ahora venía pasando, de lo que podríamos considerar los ritmos normales en la Naturaleza...?    


El sedimento gris, una especie de arcilla muy frágil y que en pocos días que esté al descubierto se desintegrará.

Aunque quién sabe lo que hay debajo.

Este resto se ha separado del sedimento negro y el mar lo ha dispersado por la playa
Al desprenderse el sedimento que sirve de sujección a los restos leñosos, estos se desperdigan también por la playa. Este trozo desaparecerá en pocos días porque es madera muy frágil, salvo que alguien lo "rescate" y se lo lleve a su casa. Sería un mal menor.





7 de abril de 2014

EL BOSQUE MILENARIO DE PONZOS. Tres sorpresas

Playa de Ponzos
Es un día de poco mar y viento sur. Dejo atrás un Doniños revuelto, y un kilómetro más hacia el norte llego a San Xurxo. Allí, apenas se ven unas ondas que recorren el spot, sin romper, hasta que se acercan a la orilla. Y en ellas, en solitario, Vicente se curra las orilleras, más para ponerse en forma después del invierno que llevamos, que para salir del agua ebrio de correr magníficas olas. Hoy, de eso, nada. Pero es el único ser humano en ochocientos metros de playa.
Me tienta acompañarlo, pero me siento algo más ambicioso y me voy a Ponzos, siete kilómetros más allá.
Esta playa está también solitaria, rompe alguna ola, el viento es off shore y el sol sale a ratos. Me apetece un baño y me voy al agua. Veo salir de ella un grupo de tres surfers, porque la marea ya ha comenzado a subir y ha dejado de romper atrás. Me tendré que conformar con orilleras, aunque escapando de los voluminosos cantos rodados de los que la orilla está sembrada. La falta de arena es notoria, ya no solo en la playa seca.

La primavera ha llegado, ¡POR FIN!
Los habituales senderos de bajada por las dunas han desaparecido y tengo que deslizarme por una vertical pendiente de arena. Para entrar al agua recorro un centenar de metros buscando una zona más libre de las rocas y piedras que los temporales han hecho aparecer.




Es posible que gracias a este sedimento negro se hayan conservado los restos de madera. Y, evidentemente, ha sido el elemento de sujección.
Y, entonces, surge la inesperada y misteriosa visión. A medio camino entre la orilla y el borde dunar veo primero unas raras y extensas manchas negras. Pero no es arena. Cuando me acerco, la sorpresa es mayúscula (la primera sorpresa). Sobre unas capas de una extraña tierra negra endurecida, como si estuviese en un lento proceso geológico para convertirse en roca a través de los milenios, surgen unos troncos de árbol perfectamente visibles. La primera impresión es la de unos restos de madera de los que suelen llegar por el mar hasta la playa. Pero estos no, estos no llegaron hace pocos días. Estos están incrustados en la dura materia negra que casi los envuelve, como protegiéndolos. Realmente nacieron y murieron allí, hace 5.600 años, según datación por carbono 14 que se hizo cuando emergieron otra vez en 2009. Son troncos de un bosque primitivo que rodeaba una laguna, posiblemente ubicada detrás de un cordón dunar, y cuando el océano terminaba decenas de metros más al noroeste. Hay que tener en cuenta que dichos árboles, tan próximos al mar no podrían crecer, ya que en esa playa tan abierta necesitarían para desarrollarse un mínimo de 500 ó incluso más metros de distancia de la orilla, porque la influencia directa del mar (vientos, salitre, etc.) es perjudicial para su crecimiento.




El primer testimonio sobre el bosque de Ponzos, de un testigo ocular, es de 1959. Luego, hasta 2009 no hay acreditada otra aparición de los restos de este bosque, cuando en el verano se comenzaron a ver, prácticamente solo observables en bajamares vivas, algunos troncos semienterrados en ese sedimento negro, que entre ola y ola se divisaban.


Pero esta vez estaban visibles totalmente, ya que la orilla en bajamar distaba de los más alejados entre 20 y 30 metros.
Las fotos describen mucho mejor que yo con mis frases todo lo que estoy contando. Ese día, después de fotografiar esta extraordinaria revelación de la playa, me voy al agua y disfruto de un baño solitario de casi una hora.
Dada la abundancia de fotos he preferido repartir esta entrada del blog en dos partes, por lo que solo
figuran hoy las sacadas en el primer día.




Es muy notable la singular variedad geológica que se puede ver en esta playa. 


Otra singularidad de Ponzos es la enorme variedad de piedras que ruedan por el arenal.
Otro hallazgo sorprendente en uno de los extremos del arenal.

Después de dos semanas de espera, el montón de basura recogida por voluntarios de Cobas el día de limpieza de playas, es definitivamente retirado de la playa.