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10 de enero de 2014

HÉRCULES, EL GIGANTE QUE LLEGÓ A NUESTRAS COSTAS

Nunca había visto las Islas Gabeiras totalmente rodeadas de espuma
Cuando vi su imagen, por vez primera, en un mapa de olas, me impresionó. Aunque reconozco que quizás no demasiado, ya que a pesar de su aspecto cabe esperar ese tipo de temporales en esta época. En el centro del Atlántico, producto de una baja muy intensa, una más de las que nos están azotando desde hace semanas, era una consecuencia lógica. Y carecía de un fetch de gran longitud, aunque sí de enorme intensidad, lo que auguraba un golpe de grandes olas, pero de muy corta duración, posiblemente menos de un día. Pero aquella gran mancha negra, el límite de los 45 pies, ¿qué tamaños de ola encerraba realmente? Porque los pronósticos eran, sin embargo, de alturas en la costa bastante normales para la época del año, apenas diez metros, quizás podría ser algo más.



En los últimos inviernos no ha habido demasiados temporales intensos, pero recuerdo el último temporal fuerte. Creo que fue en el 2010. Lo pude observar desde la punta Frouxeira, al mediodía, y luego desde la playa de los Botes, viendo casi desde el nivel del mar como olas gigantescas, de más de diez metros, entraban en la ensenada de Meirás. Aun guardo fotos de aquella ocasión. Y, por cierto, a este temporal casi nadie le prestó atención.


Pero esta vez los medios de comunicación, las redes sociales y los avisos de alerta de los servicios meteorológicos crearon una gran expectación con la llegada de “Hércules”. Y me temo que quizás no haya sido lo más conveniente.

¿No es llamativo el hecho de que se produzcan estos fenómenos meteorológicos tan extremos? Porque este temporal, que coincide en el tiempo con una ola de frío anómala en Estados Unidos, resulta inquietante, cuando menos.

En USA la causa ha sido el insólito desplazamiento, hacia latitudes inferiores, del llamado “vórtice polar”, un centro de bajas presiones que permanece estacionario sobre el polo; pero que se ha movido de su posición habitual y ha creado el caos en América del Norte, con bajísimas e inusuales temperaturas. Y, al mismo tiempo, este temporal que azotó nuestras costas que, insisto, no mostraba alturas de ola fuera de normal (12 metros) para lo que solemos experimentar en estos casos, y que sin embargo mucha gente ha coincidido en atribuirle una característica que yo también noté cuando fui a contemplarlo: una fuerza fuera de lo común en comparación con lo que se recordaba de otros temporales similares. Un efecto -podríamos llamarlo- “tsunami”. La ola llega y penetra en tierra sin detenerse, con un ímpetu sorprendente, como si la masa de agua fuera desproporcionadamente superior a su altura visible. Al fin y al cabo, eso es lo que sucede con las olas generadas por terremotos o desprendimientos gigantescos: la altura no tiene nada que ver con la fuerza y la masa líquida con la que invade tierra firme, y que le permite adentrarse en ella kilómetros, generando la destrucción y la muerte de quienes no han tenido tiempo de escapar. Precisamente ha corrido por las redes un video de una ola en la foz del Douro, en Oporto, en el que entra en las calles de una forma que recuerda totalmente a un tsunami. Y también el de otra ola que invade el Santuario de A Barca, en Muxia, rodeando la Iglesia totalmente. La fuerza de esas olas parecía incontenible.

San Xurxo. Tampoco había visto nunca que toda la bahía fuera una enorme rompiente. 
Por otra parte no es sorprendente que, a pesar de las medias de altura de oleaje que se han señalado, pueda venir una ola muy por encima de esos tamaños. No sería extraño que alguna de las olas que golpearon nuestra costa el día de Reyes, haya sobrepasado ampliamente los 15 metros.

Yo he conocido grandes temporales en Galicia, aunque muchas veces no pude ser testigo directo porque llegaban sin avisar y los servicios de meteorología no funcionaban como ahora. Como uno descomunal que sitúo en 1965, que destruyó el antiguo muelle de Malpica y dio origen a la construcción de un puerto nuevo mucho más protegido. O los que, con frecuencia, azotaban el Orzán y que nos servían de aviso para salir disparados para Santa Cristina a coger olas. Me acuerdo de detalles, como el de que un coche que circulaba por la antigua avenida del Orzán una ola lo giró 180 grados, o también otro en el que una ola, después de elevar una piedra de más de diez kilos de peso desde la playa, la depositó en pleno paseo a una altura de seis o siete metros; los surfistas que mirábamos el mar la devolvimos rápidamente a la playa, aunque nos costó levantarla de la calzada. Los temporales de esta playa eran míticos, formaban parte de nuestras vivencias juveniles. Un deporte muy corriente era el de “torear” las olas, o sea, escapar en el último instante antes de que te cayese encima todo el roción de agua. Lo hacíamos en la trasera del Instituto Masculino, a la altura de la Plaza de Pontevedra, dónde más fuerte era el oleaje. Y también en la rotonda de las Esclavas. Ahora, o la gente es más osada o más torpe, el caso es que tienen que cerrar el paso a estos sitios para evitar que se la lleve el mar. Y recuerdo a mi padre contarme que, cuando los edificios no eran casi obstáculo, el agua de las olas que golpeaban en el rompeolas de la playa del Orzán y saltaban a la calzada, corría por la plaza de Pontevedra y la calle de Juana de Vega hasta llegar al puerto (no existían los jardines y la orilla del mar estaba más cerca) por la ligera pendiente de esa calle. No olvidemos que esa zona era primitivamente un simple istmo arenoso.

Por segunda vez en unos años, el puente ha sido destrozado por el oleaje.
Volviendo a nuestra playa de Doniños, Jesús Busto nos recordaba el otro día en el facebook, en las primeras horas del temporal, que en uno de hace años las olas habían destruido el puente de madera que une la bajada central de la playa con las dunas, sobre el río por el que desagua la laguna. Decía Jesús que esta vez, quizás porque se había reconstruido más fuerte, el puente estaba resistiendo. Pero horas después subió la marea, las olas acometieron con furia, y otra vez nos hemos quedado sin puente.

El día del temporal quise ver, lo primero, como experimentaba el puerto exterior el temporal, y la verdad es que no se notaban apenas las olas que, apenas a unos metros, más allá del espigón, rompían con tremenda fuerza. Un carguero con contenedores que debía tener mucha urgencia en llegar a su destino se atrevió a salir de la ría de Sada y fuimos testigos de sus pantocazos, en los que hundía la proa en el agua totalmente. Cerca de allí, en la ría de Ares, un surfista de Cobas surfeaba una ola de seis o siete metros, que se formaba en los bajos de las Islas Mirandas.

Pero llegó la marea alta, en un día en el que además éstas eran vivas, y sobrevino la tragedia en A Frouxeira: tres personas desaparecen barridas por las olas. Porque es difícil imaginar, cuando estás a quince ó veinte metros de altura sobre el mar, que lo que parece solo un roción de espuma puede ser una trampa mortal, una masa de agua que ha saltado por el aire con un empuje tan poderoso como para arrastrarte sin remedio, en su retroceso, hasta el mar. También me impactó el vídeo de una pareja en Biarritz, en el que se ve como son engullidos por una ola y de pronto aparecen flotando en el agua. Suceso en el que, por cierto, intervino valientemente un surfista que logró rescatar al hombre aunque no a la chica, que desapareció.
El día después: el helicóptero rastrea la costa.
En A Frouxeira las olas querían subirse a tierra, y arrastraban a su paso todo lo que se encontraban. Por desgracia, un grupo de personas confiadamente se pusieron en peligro sin conocer que, cada cierto tiempo, alguna ola es mucho más grande que las demás y te puede coger desprevenido. Es un accidente típico de aquellos que se acercan demasiado al mar, para hacer fotos, pescar, o para ver y sentir de cerca el ímpetu del oleaje. A muchos pescadores, a pesar de ser conocedores del mar, les ha sucedido esto con un trágico resultado. En este caso se produjo un fenómeno que yo recuerdo de mis épocas de “toreador de olas”. Cuando llegó la que pudo ser la mayor ola de la tarde, otra que la precedía rebotó en el acantilado y se enfrentó a la gigante, lo que produjo que su cresta se elevase desmesuradamente antes de golpear contra la pared de roca, con una fuerza increíble e inesperada. Esto es lo que relata uno de los testigos directos.


Una de las mayores causas de muerte accidental en nuestras costas es, sin duda, la de caídas al mar por el oleaje, de pescadores o paseantes que se acercan demasiado atraídos por el espectáculo del mar. La pesca deportiva en los acantilados, siento decirlo, es un deporte de riesgo.

Cuando paso por la costa de San Xurxo a veces me detengo en dónde está la cruz que recuerda una de estas tragedias -de las muchas que se pueden recordar- que más nos conmovió, la de un niño al que arrastró una ola, y cuando su padre, desesperado, se lanzó a salvarlo, desaparecieron ambos bajo las aguas la tarde del día de nochebuena del año 2000.

Desde este blog quiero hacer patente que intento imaginar el tremendo dolor que tiene que estar sintiendo y viviendo esta familia. Mis condolencias más sinceras para ellos.



El agua penetró con tal fuerza que levantó estas planchas del paseo. Pero esto fue en la marea alta previa a la entrada del oleaje más fuerte. Luego, en la siguiente marea alta, simplemente arrancó las dos y las llevó cincuenta metros tierra adentro.
Nótese la diiferencia con la imagen de la foto anterior, veinticuatro horas después, cuando ya había pasado lo más fuerte del temporal..

Esta plancha y otra que está veinte metros más adelante, fueron arrancadas de la pasarela que se ve al fondo.

La imagen desoladora que presentaba el puente al día siguiente.

Las olas penetraron por la desembocadura del fondo; al llegar a las dunas de la derecha, giraron y continuaron río arriba con tal fuerza que arrancaron la mitad del puente y la llevaron a trescientos metros de distancia. 




Este trozo es el que llegó más lejos. La foto está sacada desde otro puente que, afortunadamente, no fue destruido.


Esta cruz rememora otra tragedia. Pero si se colocase una cruz por cada desaparecido en el mar, tanto desde tierra como en naufragios, toda la costa estaría llena de cruces.





4 comentarios:

  1. Hola Carlos!
    Ojala tengamos presente la proxima vez que nos acerquemos al mar en dias similares todo esto que ha ocurrido. No se, me estaba acordando -quizas no tenga mucho que ver...- de como se situan a veces algunas personas en los rallyes, practicamente pasa el coche rozando en las curvas, luego a la minima salida pasa lo que pasa...
    De mi corta memoria y de los 23 años que llevo trabajando de noche en la calle recuerdo algunos temporales, sin ir mas lejos el del pasado 23 de diciembre nos tuvo toda la noche peleando con contenedores tirados y demas, aqui en Vigo la ciudad era un caos.
    No me habia parado a considerar lo de las cruces, pues igual no era mala idea, ya sabes que las personas a veces funcionamos por ese tipo de mecanismos, hasta que no vemos el peligro y sus consecuencias no actuamos como debemos.
    Por supuesto, mi mas sentido pesame y todo nuestro animo para las familias.
    Un saludo!

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    1. Nos parece que a nosotros no nos puede pasar nada, nos sentimos llenos de vida, y el mundo que nos rodea nos ha hecho creer que somos poco menos que inmortales. A los mandos de un coche, fumando todos los dias un paquete de tabaco o...al borde un acantilado.
      Un saludo

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  2. Buen reportaje, Carlos, como sabes en Reyes estaba en Patos y nuestra memoria visual tampoco recuerda nada igual a lo de ese día. Hemos visto muchas y enormes marejadas...pero nunca de las características de esta... a ver que nos cuenta Tony Butt.

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  3. Y nos explica porqué hay este año tan mal tiempo y tantos temporales.

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