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19 de noviembre de 2013

NORDKAPP.7 Otra vez al norte


Cuando salimos de Estocolmo, hacia el norte, llevamos apenas 3.000 Km. Pero aún estamos empezando el viaje.
       
     Luce un sol radiante cuando nos movemos, a primeras horas de la mañana, en el abundante pero fluido tráfico de las afueras de Estocolmo.
     Tomamos la ruta de Uppsala, nombre que nos suena por ser la sede de la famosa Universidad sueca.
     Nuestro propósito es seguir la única ruta práctica hacia el golfo de Botnia, bordeando el mar Báltico.
     Por un paisaje bastante interesante, vamos desgranando los kilómetros. El mar nos es difícil considerarlo como tal, ya que más parece un ancho lago de tranquilas aguas, porque tanto Quim como yo estamos acostumbrados a presenciar la habitual bravura del Atlántico. Además, lo más frecuente es que pasemos por los abundantes vericuetos costeros, más semejantes a lagunas, con abundante vegetación hasta la misma orilla. Realmente cuesta trabajo creer que poco más allá se abre una extensa superficie de agua, en la que en determinadas épocas del año los temporales golpean con violencia inusitada.

La costa sueca del Báltico. La jalonan miles de islitas. 

     La orografía de esta área costera de Suecia es bastante plana, dando lugar a la costa semipantanosa que voy describiendo. Corresponde a la parte baja de ese curioso fenómeno geológico que es la península Escandinava. La separación, posiblemente en el terciario, de esta península de la costa finlandesa -dando lugar a la aparición del mar Báltico- fue posiblemente la causa del plegamiento de la costa Noruega, que se elevó formando una abrupta cadena costera que recorre la península de Norte a Sur, entrando las aguas oceánicas tierra adentro por estrechos, profundos y muy largos corredores terrestres, de inimaginable belleza, llamados fiordos, que hace muchos siglos, en una era glaciar, fueron excavados por gigantescas lenguas glaciares que desembocaban en el Océano. Una prueba de ese levantamiento del terreno son los numerosos ríos que aún hoy se puede ver como desaguan en el mar formando altísimas cascadas, porque aún no han dispuesto de los siglos necesarios para formar cauces profundos con el desgaste producido por sus aguas.

La península Escandinava se ha elevado en Noruega, a lo largo de toda su costa, formándose los profundos fiordos por gigantescos glaciares, especialmente en su parte sur.

     La erosión que sufren esas montañas, visible a simple vista, hace que esos brazos de mar interior se vayan rellenando poco a poco de forma que, dentro de unos cuantos miles de años, los fiordos noruegos serán muy similares a las actuales rías gallegas, geológicamente mucho más antiguas y que seguramente tuvieron el mismo agreste aspecto que hoy presenta la accidentada costa noruega, dulcificándose más tarde -que es tal como ahora las conocemos- por el mismo proceso geológico en el que se halla hoy en día esa zona de Escandinavia.

Uno de los clásicos fiordos que le otorgan a la costa atlántica de la península escandinava -Mar de Noruega y Mar del Norte- una belleza extraordinaria.
     Pero volvamos a la costa báltica, por donde nuestro Mitsubishi devora kilómetros a través de bosques, lagos y pequeñas y tranquilas ciudades.

Típico paisaje de las costas del Báltico. Inmensos bosques entre los que se abren lagos de ensueño.
     Empezamos ya a notar de sobremanera la sensación del crepúsculo ártico, ya que a primeras horas de la tarde nos parece que pronto anochecerá, y sin embargo a las diez de la noche sigue habiendo casi la misma intensidad de luz. Por cierto, circulamos por un país en el que es obligatorio hacerlo todo el año y a cualquier hora del día con las luces de cruce encendidas. Al principio -latinos que somos- pretendemos pasar de la norma, en especial a esas horas diurnas con luminoso sol, en las que parece absurdo encender las luces. Sin embargo terminamos por ceder en nuestra terquedad, ya que prácticamente todos los automovilistas con los que nos cruzamos nos hacen luces, indicándonos ó recordándonos que vamos sin ellas. Ante su insistencia, terminamos cediendo y las ponemos.
     Pronto comprenderemos la necesidad de que esa medida se lleve a cabo con rigurosidad, e incluso que no estaría de más su aplicación en otros países de Europa, incluso en España, al menos en determinadas comunidades como son las del Norte de la Península. La razón es muy sencilla. Las luces de un automóvil tienen dos finalidades, ver y ser vistos. Teniendo en cuenta el altísimo porcentaje de horas de escasa luminosidad que hay en estas latitudes y su variación constante y rapidísima a lo largo del año, se comprende la necesidad aludida, de que siempre se circule con las luces puestas, con lo que es posible divisar a cualquier vehículo a bastante más distancia que si tuvieras que distinguirlo con la luz natural. Imaginad un automóvil como el nuestro, color gris claro: la diferencia de visión, con la frecuente luz crepuscular de esta zona, puede ser de 300 a tan solo 50 metros.
     El tipo de automóvil que más frecuentemente se ve por las carreteras suecas es el coche nacional, el Volvo, en sus diferentes versiones. A mí me recuerda nuestros años del desarrollismo, en los sesenta, cuando en España solo se veían Seats. Se ven Volvos muy modernos, último modelo, pero también coches de los setenta, modelos que, por ejemplo, en Canarias -en donde circulan muchos coches de esta marca- ya desaparecieron o son coches por lo general muy viejos, lo que me demuestra que los suecos cuidan mucho sus vehículos a pesar de la climatología adversa.
     También se ve con frecuencia otro coche fabricado en Suecia, el Saab, pero que parece tener menos aceptación que el popular -como su propio nombre indica- Volvo (significa pueblo, en sueco). Además observamos, como típico coche de importación, numerosos Mercedes.
     Un detalle que me llama poderosamente la atención y que no acierto en un primer momento a explicármelo, es un enchufe que muchos automóviles llevan colgando conectado a un cable que suele salir de la parrilla delantera del radiador. Más adelante, sagaces que somos, nos daremos cuenta de que es un eficaz sistema para encender el coche en invierno, enchufándolo a la red eléctrica doméstica.
     Cuando van ya unos 500 kilómetros el cansancio nos hace mella. Hemos recorrido un buen tramo del camino previsto y nos hacemos acreedores al merecido descanso. Observamos una señal de camping y allá vamos.
     El camping está situado en una pequeña aldeita, de hermosas casas de madera diseminadas por entre los prados y bosques que caracterizan este paisaje. La carretera pasa muy cerca, pero como aquí el tráfico disminuye totalmente durante la noche, no molesta el descanso.

Camping a lo "sueco"
     Por vez primera nos ofrecen alojamiento con un sistema muy útil en estas latitudes, de clima riguroso incluso en el verano. Son unas pequeñas y atractivas cabañas de madera, cuadradas y sencillas pero acogedoras, al menos más que una tienda de campaña. De aquí en adelante las veremos en todos los campings. Tienen entre ocho y quince metros cuadrados, con dos o tres literas, una mesa y una cocinilla eléctrica. Carecen de baño, pero éste suele quedar cerca. Además puedes cocinar, si lo deseas, en una cabaña especial para ello, en donde te proporcionan numerosos útiles para esa tarea.
     Como ya está terminando la temporada de vacaciones -por aquí los colegios empiezan sobre mediados de Agosto- ya no hay nadie prácticamente en el camping, estamos solos y podemos disfrutar de los baños y de la cocina a nuestra total satisfacción. A diferencia del camping de Estocolmo, totalmente saturado de turistas, esta instalación, perdida en medio de la inmensidad campestre, la disfrutaremos en un uso exclusivo.


     Cocinamos en la cabaña-cocina, que dispone además de un pequeño comedor, agradeciendo su abrigo, ya que afuera hace frío y llega a llover ligeramente. Esa noche descansamos mejor, sobre colchones de verdad, en cama dura de tablas, pero que proporcionan un lecho más aceptable que los colchones de aire.
     Nos despertamos más tarde de lo que viene siendo habitual, señal de que hemos descansado a gusto y, después de desayunar gloriosamente, salimos de nuevo a la carretera.
     Hoy me corresponde a mí conducir, ya que ayer fue Quim el piloto de nuestra "nave". Hemos llegado a la conclusión de que lo mejor será hacerlo uno cada día, por dos principales razones, una el cansancio, que al día siguiente se nota, y otra porque a los dos nos apetece conducir y así evitaremos discusiones sobre el tema.
     Desde que salimos de Estocolmo notamos un detalle curioso, y es que nuestra brújula de a bordo no marca correctamente el Norte, parece como si se hubiera vuelto loca. Suponemos que será por la relativa proximidad del Norte magnético. Al principio nos tememos que esté averiada, pero cuando días más tarde al retornar atravesemos los 60 grados norte, ya en dirección sur, volverá a funcionar de nuevo.
     Pasamos por unas ciudades con nombres que riman: Umea, Skelleftea y Lulea y, al mediodía, ya estamos llegando a la frontera con Finlandia.
     Nos surge un problema técnico: el estupendo mapa de carreteras europeas que manejamos ya no sigue más al norte, por lo que tenemos que adquirir uno de esa zona de Escandinavia en un supermercado.
     Dejamos atrás Suecia y entramos en Finlandia, realmente en la Laponia finlandesa.
     Si era difícil entender los letreros en sueco, en finlandés ya se nos cruzan los cables. Es un idioma de raíces absolutamente diferentes del latín, del que más o menos derivan todas las lenguas del Sur y Centro de Europa, incluso el sueco tiene bastante afinidad con el alemán, por lo que no nos es muy difícil deducir palabras escritas sueltas. Pero en Finlandia, a menos que sean voces de moderna creación, como pueden ser todas las tecnológicas, las palabras tienen raíces distintas, irreconocibles. Nos cuesta trabajo identificar hasta el tipo de carburante en las estaciones de servicio. En una de ellas veo un cartel que pone: "KORKEUS 3.00 m.", que deduzco que se trata de la altura máxima, simplemente porque está señalando una cubierta bajo la cual pasan vehículos.


     Sigue haciendo buen tiempo, soleado, pero estamos ya cerca de la tundra, con clima continental, y el viento que sopla en estas llanuras es desagradable, a pesar de que estamos en Agosto.
     Realmente se aprecia la diferencia entre las temperaturas que hay en el interior del continente y las de la costa Atlántica noruega, mucho más suaves.
     Entramos en un supermercado para hacernos con provisiones. Es de pequeño tamaño, pero bien surtido, aunque no más de lo que pueda estarlo un "super" español.
     Creo que no voy a encontrar frutas y hortalizas como en la Europa meridional, pero me llevo una sorpresa, porque sí las hay, aunque no con la abundancia de nuestro país y, por supuesto, más caras, aunque su aspecto es apetecible. Manzanas francesas, tomates italianos, hasta lechugas.
     Por supuesto nos llaman la atención los típicos alimentos de esta parte del planeta, pescados salados y ahumados -arenque, salmón, etc.-, fiambres de reno, muy rico por cierto, gambas congeladas y muchas otras cosas. Los precios más altos, pero no tanto que no nos sea asequible el comer bien. Por aquí es caro irte a un restaurante, pero comprar tú la comida es un recurso relativamente barato.
     En Haparanda entramos ya en Finlandia, y decidimos seguir una de las varias rutas que hay hacia Rovaniemi, la capital de la Laponia, ciudad moderna y digna de ser visitada, que se sitúa a tan solo ocho kilómetros al sur del Círculo Polar Ártico.

Llegando a la frontera de la Laponia finlandesa vimos el primer reno, presencia constante a partir de ese momento, muy agradable pero con alto riesgo.


                               

10 de noviembre de 2013

NORDKAPP - Estocolmo (2ª parte)

                                                       
El actual palacio real sueco, construido al estilo "Versalles", lo que demuestra el afán de antaño de estas monarquías por asemejarse a las realezas dominantes en Europa.
 
En estas aguas es posible (dicen las guías de turismo) pescar salmones. Al menos una fuerte corriente sí que hay, como se percibe en la foto.


    Otra feliz coincidencia en nuestro viaje fue la de que se celebrase, durante nuestra visita, la Fiesta del Agua. La ciudad de Estocolmo está edificada sobre catorce islas, por lo que es una urbe en la que el mar y todo lo referente a la navegación es un aspecto muy importante.

A pesar de la escasa calidad de esta foto merece ser conservada, pues recoge una zona céntrica de Estocolmo, en la que muchos de sus vecinos aparcan su coche y, al lado, su barco de recreo, a los que pueden llegar desde su domicilio con solo cruzar la calle.

  Esta fiesta tradicional, con un ambiente popular que me recordó nuestras
romerías, se hace en Agosto, en pleno verano, y es toda una exaltación del mar y todo lo que le rodea.

Embarcaciones de recreo de todo estilo y época navegan por estas aguas. Obsérvese el "vapor" de principios de siglo, y su cuidada conservación.

     Es casi imposible ver una orilla de las numerosas bahías de esta ciudad libre de embarcaciones, en especial las de recreo. Están por todas partes, multitud de barcos de todo tipo, desde los más humildes botes, hasta los más refinados yates, pasando por los más hermosos veleros que yo haya visto nunca. Y, por supuesto, una embarcación cuanto más antigua es, más cuidados se le prodigan para su conservación, por lo que es frecuente observar todo tipo barcos de diversa antigüedad. Lanchas motoras de maderas nobles, oscuras, con formas casi ya de museo naval. Yates que parecen sacados de una romántica aventura de principios de siglo. Lanchas rápidas de la Segunda Guerra Mundial, etc., etc. Y todos en disposición de navegar. Toda una cultura de la náutica.

Fiesta del Agua. Regatas de traineras a la "sueca" en las que, más que competir, los participantes "se hacían el sueco" mejor que nadie, obviamente. El colorido era la nota dominante en sus tripulaciones. 
En una curiosa y flotante cafetería merendamos disfrutando del singular espectáculo de la "Fiesta del Agua".
La "Fiesta del Agua" es el motivo de esta demostración de salvamento de un náufrago.

     Pues bien, ese día, el de la Fiesta del Agua, se realizan multitud de actividades, exhibiciones y deportes náuticos. La gente acude a merendar a la orilla de las ensenadas en donde se celebran carreras de unas embarcaciones de remo muy parecidas a nuestras traineras, cuyos remeros van disfrazados de diversas y grotescas formas y que no parecen estar muy entusiasmados en ganar la carrera, sino en hacer reír a los miles de espectadores.
     Rescates con helicópteros, carreras de lanchas rápidas y desfiles de diversos navíos engalanados, cubren todo un día de espectáculos navales.
     Pude observar, con asombro, que en donde habían merendado miles de personas, familias enteras con niños, no quedaba absolutamente ningún resto de tal fiesta. Es más, si caminas por el borde del agua, en zonas totalmente urbanas, no encontrarás prácticamente ninguna basura flotante atrapada en las ramas de la vegetación de la orilla. Dicen incluso que se puede pescar un salmón frente al Palacio Real. Eso nos demuestra el grado de urbanidad y de respeto por la Naturaleza de esta gente, gran ejemplo a seguir por muchos de nosotros.     
Esta mujer con atuendo rockero-heavy, muy común entre los moteros suecos, intenta infructuosamente encender su máquina, la cual a pesar de su enfado se resiste tercamente a sus esfuerzos. Quim y Carlos Hafner no aguantan la tentación de acercarse solícitos para intentar ayudar, aunque disimulando -no muy bien- la risa, lo que no parece gustarle a la motorista, que ni se digna dirigirles la mirada. 
Esta gente, que sufre uno de los inviernos más duros y oscuros del mundo civilizado, imaginaos lo que disfrutan de estas tardes estivales, con lo que -quizás por eso mismo- aman tanto "su" Naturaleza. Y yo mismo fui testigo de que al terminar la "romería", nadie dejaba ni la más minúscula basura en la pradera que llenaron cientos de personas durante varias horas. 
Otra visita obligada: el "Skansen", museo al aire libre sobre costumbres del ámbito rural en la Suecia del siglo XIX, que también posee un pequeño pero interesante "zoo" de animales de esta parte del planeta. El recinto se asienta sobre toda una colina, cerca del centro de la ciudad. En esta foto vemos una granja reconstruida, en la que se muestra el original tejado aislante de que la dotaban sus moradores. Colocaban una capa de tierra, y favorecían el crecimiento de estas hierbas.
El tipo de construcción de la vivienda rural es el mismo que se utilizó por los colonos suecos en Norteamérica. 
En este área rocosa comparten hogar osos y lobos.
               

En uno de los rincones del parque, una banda de música tradicional interpreta piezas de baile folclórico cuyo ritmo siguen numerosas parejas de "veteranos" y "veteranas", con gran alegría.

     Después de tres días visitando la capital del Reino de Suecia, necesitamos emprender de nuevo la marcha para aprovechar los pocos días que tenemos para este viaje.
     Esa noche procuramos descansar bien. Al día siguiente emprenderemos de nuevo el camino, con el firme propósito -tomado unas horas antes- de llegar hasta el Cabo Norte. Analizadas las diversas posibilidades que tenemos, ir hacia el Este a Finlandia, o al Oeste directamente a Noruega atravesando la tundra sueca, o bien seguir subiendo hacia la Laponia con la intención de llegar hasta el Cabo Norte, decidimos que esta última alternativa era la más lógica, haciendo caso además del consejo de nuestro buen amigo y guía en Estocolmo, Carlos Hafner. Alcanzar los 71 grados de latitud Norte es algo no se puede hacer todos los veranos. Aunque, realmente, lo cierto es que aún estamos muy lejos del Nordkapp, más de lo que pensábamos, como ya se iba a comprobar en las próximas y agotadoras jornadas.
       Curiosamente, notamos que la brújula del coche ya no funciona correctamente. Estamos ya a 59 grados de latitud norte, y la aguja magnética lo empieza a acusar. A partir de aquí, estará inservible, y solo recuperará su marcación correcta cuando a la vuelta volvamos a traspasar esa latitud. 
     Mientras Quim y yo estudiamos las posibles rutas, sentados a la luz de las estrellas y disfrutando de una agradable temperatura nocturna, nos llaman la atención las numerosas estrellas fugaces que cruzan la límpida oscuridad de la noche, acrecentando aún más si cabe la magia del momento.